El menos común de los sentidos
09 de enero de 2020
por EDUARDO GUAJARDO

El menos común de los sentidos…
por EDUARDO GUAJARDO
Trovador santacruceño. El mismo que nos dejara impreso en el cancionero algunas obras como: "Que va a pasar un obrero", "Una mirada al sur", entre otros. Pertenece a esa camada de artistas que abrigan con su canto la esperanza de la nueva música popular argentina. Un autor comprometido, que como decía Hamlet Lima Quintana: "no pasan por la vida como turistas". Es fiel a su origen y su camino artístico lo está llevando por los caminos del mundo.
Confieso que me resulta un tanto aburrido, volver una y otra vez sobre lo mismo, al menos una vez al año en la época estival. Soy un trovador, un cantautor de escenarios pequeños e íntimos, en donde la palabra se hace su espacio y el silencio sabe a música. Creo más en la armonía que en la estridencia, en la palabra que en el grito. Aunque no he renegado de cuanto escenario me ha tocado laborar, y muchos han sido realmente importantes, no solo en prestigio, calidad y/o cantidad. Pero el asunto es ideológico, si, aunque algunos arruguen la cara y se pongan inquietos en sus sillas. No se trata de talento, ni de cupos, ni de identidad, ni mucho menos de belleza. Solo se trata de dinero, y todo lo que ello implica. Se trata de consumo liso y llano. De productos artísticos tal cual se los denomina y además de nichos de venta. Y aquí es donde se plantea la cosa. Estamos asistiendo a un cambio de paradigma, otro más, como son veloces los tiempos que corren. Muchos de mi generación correspondemos al tiempo del deseo, en donde pedir imposibles era lo posible. Y debemos coexistir con nuevas generaciones acicateadas por las leyes de hierro del capitalismo, que solo comprenden la vida desde el consumo extremo. No solo es ideológico, también lo es existencial y filosófico.
Los que pretendemos un camino artístico, tenemos una dura tarea, además del pan y el vino cotidiano. Es la de mancharnos con los tiempos que nos tocan vivir. Estudiar no solo la cosa artística, también su contexto político y social. Porque son temas para tirarse en lo hondo, debates que debiéramos dar, pero que nunca lo hacemos como se debe. Y aquí aparece otro actor y partícipe necesario de estas enormidades que nos convocan en épocas de “Festivales”, el Estado. No hay festivales en los que el Estado no tenga alguna participación o que sean absolutamente soportados con fondos públicos. No hay capital de riesgo en estos eventos, como no lo hay en muchos otros campos de la vida económica. Entonces ¿Qué papel juega el estado cuando abandona su rol central que es el de, Promotor Cultural y se convierte en Productor Artístico asociado a grupos de “Empresarios” que viven mayormente de astillar a los porteros de los organismos culturales?
La cultura popular es un organismo vivo que se retroalimenta a sí misma y tiene vida propia. Sucede aun sin que lo quieran los sucedáneos de los que nos imponen cultura de masas, o cultura nacional. Ese es el gran deber del estado, definir el horizonte político cultural para saber hacia dónde vamos y por ende marcar la cancha, y poner el carro detrás del caballo. Mientras esto no suceda, no esperemos que las regiones tengan igualdad de oportunidades. Porque el mandato comercial se direcciona a lo que el mercado define como “exitoso” o “festivalero”. Y ese mismo mercado condena según su ignorancia, a regiones culturales a las que considera poco taquilleras, y hasta “aburridas” para un público que debe estar “pum para arriba”, a como dé lugar. Y ahí van en la cola de la cometa, regiones como la de cuyo y la Patagonia, en ese orden. Y para ello necesitan de varios cómplices, que incluye no solo a un estado ausente, también a los dóciles, y a los difusores de esa ideología de mercadeo.
Y finalmente, es existencial y filosófico. Lo es por todo lo expuesto, porque lo que importa es la ganancia por sobre la sustancia. Porque no es otra cosa que un remedo de un intercambio comercial en donde siempre ganan unos pocos y las mayorías aplauden. Porque en estos espacios, se privilegia la competencia por sobre el encuentro. Y la competencia necesita de un ser individualista, dispuesto a eliminar al otro, para poder existir. Mientras que en el encuentro, el ser humanizado precisa de que un otro exista para que el pueda existir.
Los festivales, son una necesidad para un pueblo que no debate ni se cuestiona su destino colectivo. Por lo tanto, el público asume mansamente lo que se le impone desde las carteleras, aunque la clonación sea evidente. No son el parnaso de la cultura nacional. Corresponden a otros tiempos y otros paradigmas. Nos queda a nosotros, los de la generación del deseo, crear o recrear los espacios para lo que entendemos como posible, dentro de lo que parece imposible. Tal vez poniendo en práctica cada uno de nosotros, cada consigna que declaramos y defendemos. Exigiendo políticas de estado que contemplen el todo y no solo la parte de los amigos y aduladores de turno. Ser coherentes y hacer. En el mismo sentido que pensamos y decimos. O, apelar una vez más, al sentido común. Que como todos sabemos, es el menos común de los sentidos.