Roberto Goyeneche: El fraseo irrepetible
28 de enero de 2019
por Gustavo Grosso
Cada tanto, en esas noches en que el silencio abunda y la nostalgia duerme bajo la almohada, hay que dejar que día no amanezca y que cante un poco más el Polaco Goyeneche (29 de enero de 1926 - 27 de agosto de 1994). Fue tan fundamental para las páginas de la historia del tango la existencia del cantor nacido en el barrio tanguero de Saavedra, que la expresividad de su fraseo, el particular modo de colocar la voz, la fuerte personalidad del que conoce la esencia misma del tango, lo distinguen de todos los otros cantores. Hace pocos días se cumplieron 20 años del día que se apagó su voz. ¿Quién dice que eso haya ocurrido? Manejaba los acentos y los silencios y el arrastre de alguna palabra de la letra, o el susurro intimista de un verso le dieron patente de vocalista irrepetible, imposible de ser confundido con otro. Su dicción era única, aún en los últimos años de su vida cuando la decadencia de su voz, lejos de mellar su popularidad lo elevó a la categoría de mito viviente.
“Vivíamos todos en una misma casa. Mamá lavaba ropa, una tía planchaba y otra hacía la entrega. Mi tío Amadeo trabajaba en una fábrica de fideos y todos los días traía un kilo que le regalaban. Con eso nos arreglábamos...”
Comenzó su carrera como cantor de la orquesta de Raúl Kaplún en 1944, a los dieciocho años. En 1952 y en esa misma condición, continúa con Horacio Salgán, junto al cantor Ángel El Paya Díaz, quien fuera responsable de inmortalizarlo con el apoco de Polaco. Pocos años más tarde, en 1956, se convierte en el cantor de la orquesta de Aníbal Troilo, todo un reconocimiento a su incipiente carrera.
Fue un cultor respetuoso del ritmo, en una época donde la mayoría de los solistas lo fusionan a las baladas, a los boleros o a sofisticadas canciones con aire de tango. Cantaba tangos antiguos y de los que aparecían: desde El motivo, de Juan Carlos Cobián y Pascual Contursi, a registrar por primera vez Balada para un loco de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. También fue un gran intérprete del repertorio de Carlos Gardel. Sus versiones de Lejana tierra mía, Siga el corso, Volvió una noche, Intimas y Pompas son espectaculares. Y cantó como nadie los tangos Afiches, Maquillaje y Chau no va más de Homero Expósito y relanzó a una dimensión increíble Naranjo en flor. Fue admirador y amigo entrañable de Aníbal Troilo, como cantor de su orquesta graba 26 temas y unos años después, ya solista, se vuelven a asociar en dos larga duración El Polaco y yo y ¿Te acordás Polaco?
“Convencí a mi vieja para que me autorizara. Al cabaret los menores no podían entrar pero, como sostén de mi familia, me lo permitieron. Eso sí: yo cantaba, pero apenas terminaba me encerraban en una salita con un sandwich y una gaseosa. Cuando la orquesta terminaba, Kaplún me acompañaba hasta la parada del tranvía 35 que iba del Correo Central hasta Villa Urquiza. Mi viejo me esperaba en una parada: nunca olvidaré la mirada de alivio que tenían sus ojos cuando me veía llegar...”
Fue tan porteño que era capaz de hacer llorar a un chino; en sus últimos años llegó al público más joven, se hizo amigo de los rockeros, andaba por ahí siempre. Y casi siempre de noche. Se animó al cine y brilló en la inolvidable Sur de Pino Solanas. Con el tiempo llegó el reconocimiento internacional, tras presentarse en 1985 en el teatro Châtelet de París, y sus integrantes iniciales fueron Goyeneche, Horacio Salgán, el Sexteto Mayor, Jovita Luna, Elba Berón y seis parejas de bailarines. Pero el Polaco prefería quedarse en Saavedra, mirando los partidos de Platense, cuidando a sus jilgueros, que cantaban desde que salía sol, justo justo cuando se silenciaba la voz de Goyeneche.